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Commentary
La Nación (Costa Rica)

El Cancún de Hitler

The building complex Block IV of the 'colossus of Ruegen'- complex in Prora on the Baltic Sea island of Ruegen, north-eastern Germany, July 21, 2011. (STEFAN SAUER/AFP/GettyImages)
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The building complex Block IV of the 'colossus of Ruegen'- complex in Prora on the Baltic Sea island of Ruegen, north-eastern Germany, July 21, 2011. (STEFAN SAUER/AFP/GettyImages)

Antes de dar rienda suelta a sus sueños de fagocitar naciones a su antojo, Hitler decidió construir un inmenso hotel de playa donde los militares nazis podrían refrescar sus cuerpos y mentes. Era, ni más ni menos, “el Cancún nazi” –así lo denominó la prensa– para el aparato hitleriano, pero, en especial, para los cuerpos armados de las fantasías guerreras del líder.

El proyecto era a lo grande, mayúsculo, con habitaciones para 10.000 convidados de alto grado y otros tantos de menor rango. Un bloque también se construyó para dirigentes obreros, aunque sin vista al Báltico. Nada ni nadie opacaría el monumental hotel soñado o inventado por Hitler en las afueras de la pequeña ciudad de Prora.

El empeño del Führer no mermó en los años de guerra. Por el contrario, los monumentos a su persona gozaban de prioridad absoluta. De esta forma, los altibajos de las campañas bélicas no afectaron visiblemente la marcha del proyecto.

Sin embargo, la derrota alemana en la Segunda Guerra Mundial y el conexo suicidio de Hitler sí frenaron las obras. Huérfano quedó el ansiado Cancún de los guerreros arios y su edificación, incompleta, navegó sin brújula por años.

Ahora aparecieron empresarios dispuestos a convertir el sitio en un paraíso turístico. Las obras permiten vislumbrar la magia del lugar, en vías de transformación, en un hotel y condominios para inversionistas con hondos bolsillos. Y este capítulo sí saltó a la prensa y el mundo.

Muchos alemanes consideran que el lujoso proyecto en Prora no hace otra cosa que materializar los soñados planes del nazismo. Y, conforme aducen numerosos sectores, el hotelito se yergue como un recordatorio de la extravagancia cultivada durante el Tercer Reich
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Por ahora, los planes siguen adelante. Es posible que el avance deje atrás las críticas. O, quizás, las trabas vigorizadas hundan lo ya andado. Un creciente público está constantemente asediado por las informaciones cruzadas que cada día se multiplican. Y los políticos no tardarán en analizar los ángulos prometedores de la polémica para explotarlos. De eso se trata.

Huellas profundas. En cualquier caso, nadie debería extrañarse por la polvareda que alza día a día el negocito de Prora. El fenómeno del nazismo ha dejado huellas profundas en Alemania y el mundo. Y hacer caso omiso de esta situación no es la más certera ni sana de las recetas.

En una visión global de nuestro planeta, podemos observar los fuegos que encienden por doquier el radicalismo, el racismo, la corruptela y tantas otras amenazas que no distinguen fronteras. En este contexto, el nazismo es una llaga purulenta con una inmensa capacidad infecciosa. Combinada con los extremismos vigentes en un momento histórico, adquiere una potencia temible.

Nadie en su sano juicio arriesgaría actuar como brujo social echando mano de esas mezclas fatídicas. El problema está en discernir algo de sano juicio, ya sea mirando o escuchando a estas figuras. ¿No han sido acaso de aire hitleriano Idi Amín y sus émulos en África y Asia, que aún hoy circulan en los altos pasillos del poder?

Las venturas que la Alemania moderna, entre otras naciones, podría derivar de redecorar las moradas y edificaciones donde los monstruos del pasado dejaron impresas sus huellas y recuerdos funestos, serían un malísimo negocio. Pienso, ante todo, en las actuales generaciones.

Ni el nazismo, ni el fascismo, ni el comunismo dispensan fórmulas carentes de riesgos. Esa dimensión del coliseo hitleriano en Prora, o de los tantos otros mausoleos en las mayores ciudades, debería ser analizada y ponderada antes de trivializar comercialmente la figura del caso. Con eso no se juega.