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Commentary
La Nación (Costa Rica)

Los Misterios de Cristina

Argentine President Cristina Fernandez de Kirchner delivers a speech at Bicentenario museum in Buenos Aires, on October 10, 2012. (ALEJANDRO PAGNI/AFP/GettyImages)
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Argentine President Cristina Fernandez de Kirchner delivers a speech at Bicentenario museum in Buenos Aires, on October 10, 2012. (ALEJANDRO PAGNI/AFP/GettyImages)

El lunes último, la presidenta argentina exhibió una de sus conocidas charlas por la televisión. Esta vez, abandonó en el camerino su vestimenta de la gran líder atormentada por enemigos políticos y los “buitres”. Apareció, más bien, como la víctima de un ambiente político adverso y una prensa enemiga. Fue, para efectos teatrales, una Lucía operática, la pobre enferma vestida de blanco y, por si acaso, sentada en silla de ruedas.

Y no era para menos. Nada vale lavarse las manos por el asesinato, suicidio o quién sabe qué de Alberto Nisman, el brillante fiscal que, el domingo, se preparaba para presentar, al día siguiente y ante el Congreso, una gravísima acusación en torno al encubierto affaire iraní.

Lo que Nisman iba a exponer era el complicado arreglo de Cristina y su canciller, Héctor Timerman, con la cúpula de la teocracia iraní dominada por clérigos radicales.

Palabras más o palabras menos, a fin de obtener las granjerías comerciales y financieras para Argentina, la presidenta y su canciller se comprometieron a anular los arrestos internacionales de la Interpol contra los malhechores iraníes y palestinos involucrados en la explosión de la sede de la mutual judía (AMIA) en Buenos Aires. El saldo fue de 86 muertos y centenares de lesionados. Este atentado se produjo en 1994, dos años después de un hecho similar contra la Embajada de Israel en Buenos Aires, que ocasionó 29 muertes e incontables heridos.

La tragedia de AMIA conllevó una demanda penal que se hundió en un mar de negligencias oficiales. Al llegar a la presidencia en el 2003, el exgobernador Néstor Kirchner se propuso revivir la causa. Para ello, designó a un fiscal especial, Alberto Nisman, quien enderezaría el juicio y le inyectaría dinamismo. Estos propósitos los cumplió Nisman a cabalidad, quien, además, comprobó el papel iraní y de sus súbditos palestinos en el complot contra AMIA.

Al fallecer Néstor en el 2010, Cristina abrazó la bandera populista que le ganó cierta popularidad. En esa trocha había trabado amistad con el hombre fuerte venezolano Hugo Chávez, cuya mano pródiga posibilitó sortear emergencias financieras como el abono de turno a la multimillonaria deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Incluso, el financiamiento de las campañas electorales de Cristina se benefició del chorro de petrodólares de Caracas.

Esperanzada de obtener oxígeno en una etapa delicada de decaimiento económico, Cristina, de la mano de su viejo amigo y novato canciller, Héctor Timerman, intentó acercarse a la teocracia iraní para granjearse aperturas comerciales, inversiones y hasta dólares.

Nada sería gratis para los clérigos de Teherán, que, de previo, exigieron eliminar las órdenes de arresto de figuras centrales de la teocracia por la acción terrorista contra AMIA.

El capítulo iraní se suponía secreto. Sin embargo, el escándalo por la muerte de Nisman sacó a la luz aquellas andanzas y las más recientes.

Cuando la muerte del fiscal se hizo pública, Cristina declaró que se trataba de un suicidio. No obstante, ante pruebas recabadas por la Policía, que descartaban un suicidio, el furor del público y los medios de comunicación no se hicieron esperar. Tampoco Cristina, quien esta vez buscó refugio en las historietas de que Nisman fue víctima de una trama de los servicios de inteligencia que procuraban derrocarla.

Acto seguido, Cristina procedió a disolver los cuerpos de inteligencia, pero inmediatamente creó otros nuevos con sus agentes policiales predilectos. Otro frente surgió con las acusaciones contra periodistas sindicados de servir a intereses extranjeros. Dichas presiones ya han tenido una reacción negativa en la prensa.

No obstante, Cristina no ha cesado en emitir criterios plagados de misterios. En su campaña bélica contra las sombras, ha disparado contra largas listas de sospechosos. Curiosamente, no ha dicho nada de Irán. Recordemos que la teocracia tiene cola y, en el caso presente, también carga con sospechas justificadas. ¿No arriesga acaso verse arrastrada al banquillo de los acusados por sus tratos con Cristina y Héctor? Además, ¿no es cierto que Nisman había sido su más tenaz adversario?

Al margen de la polémica, recuerdo muy bien a Nisman por sus visitas a Washington. Me impresionaron por sus presentaciones siempre claras y sin misterios. Viene a la mente el conflicto que tuvo en su país cuando Cristina, valiéndose de algún ministro, intentó frenar su viaje para testificar ante un comité de la Cámara de Representantes en Washington. ¿Qué hará Cristina ahora? Algunos adversarios pueden ser más poderosos en el silencio.