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Commentary
La Nación (Costa Rica)

Ocaso sindical

Una severa crisis de valores y rumbos aqueja al sindicalismo, no solo en los Estados Unidos

La central sindical estadounidense AFL-CIO sufrió recientemente dos graves reveses. Uno fue la separación de tres importantes agrupaciones obreras que decidieron hacer casa aparte. Con esa ruptura, la central ha perdido, por ahora, más de cinco millones de adeptos y alrededor de veinte millones de dólares en contribuciones. Otro golpe igualmente significativo fue la aprobación del CAFTA en el Congreso en Washington. Este acuerdo comercial con los gobiernos centroamericanos y de República Dominicana, conocido como TLC en Costa Rica, fue objeto de una especie de jihad, guerra fanática en que la AFL-CIO no escatimó recursos financieros ni políticos con el fin de frustrar el aval del Capitolio.

Sin duda, ambos traspiés han dejado maltrecha a la antes pujante federación. Asimismo, constituyen un severo mentís a John Sweeney, quien durante los últimos diez años ha presidido el organismo. Desde que tomó el timón, en 1995, Sweeney procuró convertir a la AFL-CIO en apéndice del sector "liberal" (en la acepción estadounidense) del Partido Demócrata y, entre tanto, la unión sindical perdió terreno en el ámbito obrero norteamericano. De un 35 por ciento de la fuerza laboral en sus mejores tiempos, en los años de la posguerra, la proporción decayó hasta ubicarse hoy en12.5 por ciento. Si bien esa disminución ha venido de la mano con cambios importantes en la economía americana, en la que el predominio de la industria ha cedido ante el crecimiento del sector de servicios, a Sweeney se le achaca un déficit de liderazgo por malograr las oportunidades de expandir las bases. La crítica se agrava, precisamente, por provenir Sweeney de los sindicatos en el área de servicios, cuya principal agrupación encabezó el movimiento de ruptura con la AFL-CIO.

La realidad es que Sweeney transformó al organismo en una ficha clave del tablero electoral. Devino así en fuente generosa de apoyo financiero--$45 millones para la campaña de John Kerry-- de voluntarios para las tareas básicas de tocar puertas y movilizar votantes, pero, sobre todo, para atacar figuras políticas que no comparten el dogma proteccionista. Este cambio drástico motivó repetidas protestas de líderes sindicales que consideraron dañina la parcialidad política promovida por Sweeney.

Ayer en el cenit. Las deudas políticas con Sweeney alcanzaron su apogeo en los años postreros del siglo XX. Por ejemplo, con motivo del mensaje sobre el Estado de la Unión, en enero de 1999, algunos embajadores latinoamericanos que esperábamos el inicio de la ceremonia en el Capitolio, tuvimos oportunidad de leer el texto del discurso que el presidente Bill Clinton iba a pronunciar esa noche ante la sesión conjunta del Congreso en Washington. Examinamos con especial interés una frase en la que el mandatario prometía patrocinar la expansión en los beneficios de la Iniciativa de la Cuenca del Caribe (CBI, por sus siglas en inglés) para las exportaciones de nuestros países. El aumento de esos incentivos era una necesidad ante la desventaja en que el NAFTA (tratado de libre comercio entre México, Estados Unidos y Canadá) dejó a los beneficiarios de la CBI desde 1993. Seis intentos para cerrar la brecha habían naufragado en el mar legislativo, pero, esta vez, dadas las señales positivas de la Casa Blanca y de amigos en el Capitolio, las esperanzas de un desenlace favorable crecieron.

No obstante, al leer el mensaje, el mandatario omitió la esperada manifestación de apoyo. ¿Por qué ese cambio de última hora? La respuesta la tuvimos al mirar, en la galería de los invitados especiales, a John Sweeney, con una sonrisa felina desbordante de satisfacción. Estaba en el cenit de su influencia. Luego comprobamos que los asesores encargados del discurso eliminaron toda mención de libre comercio para no resentir a Sweeney y sus subordinados, acérrimos combatientes de cualquier medida oficial que pudiese afectar el proteccionismo a cuya sombra por tanto tiempo han medrado.

Felizmente, los cambios en la CBI fueron aprobados ese año, tras intensas batallas de cabildeo y, gracias también, a que navegaron junto con la Ley de oportunidades de crecimiento para África (AGOA, por sus siglas en inglés). Esta legislación, que otorgó beneficios arancelarios a los países africanos, contó con el auspicio del bloque de congresistas afroamericanos, razón por la que el fortalecimiento de la CBI atrajo apoyos inesperados que neutralizaron los ataques sindicales.

Acoso implacable. Con todo, el hostigamiento de la AFL-CIO contra los países centroamericanos continuó de manera incesante. Al amparo de las revisiones anuales requeridas por las normas que crearon los beneficios de la CBI, la central estadounidense alegó toda suerte de excesos en perjuicio de los trabajadores centroamericanos para exigir, en nombre de los sindicatos de los países así acusados, la suspensión de los incentivos comerciales con la cual se abría una espiral de desempleo. Tan grave consecuencia no inhibió a los sindicalistas centroamericanos de difamar a sus propias naciones.

La manipulación de los sindicatos locales resultó también notoria en la ofensiva contra el CAFTA. A pesar de haber hecho mutis con respecto a los convenios de libre comercio con Jordania, Singapur y Marruecos, y los que se gestan ahora con Bahréin y Egipto, la cúpula obrera en Washington, valiéndose del testimonio de sindicalistas centroamericanos y políticos cómplices de la región, declaró al CAFTA una "amenaza sin precedentes" para Estados Unidos.

Tal duplicidad no es fácilmente explicable, a menos que la obsecuencia de los dirigentes centroamericanos no encuentre paralelo en otras naciones que disfrutan del libre comercio con Estados Unidos. ¿Creen acaso los sindicalistas del área que en Jordania, Singapur, Marruecos, Bharéin y Egipto existe mayor respeto a los derechos fundamentales que en nuestros países? ¿Piensan quizás los estrategas de la AFL-CIO y sus cortesanos del istmo que los centroamericanos no merecen las mejores oportunidades de empleo provenientes del libre comercio, oportunidades que no le han negado a los nacionales de Jordania, Singapur, Marruecos, Bah- réin y Egipto?

La verdad es que las formas y tonos utilizados por el elenco enemigo del CAFTA para denigrar a las naciones centroamericanas en Washington, constituyó un espectáculo deplorable, una singularización de ribetes racistas propia de los adversarios de la democracia. Y, ahora, ¿en qué impronunciables conjuras internacionales andarán metidos los jefes sindicales para impedir la ratificación del CAFTA en Costa Rica?

El alejamiento de los valores y derroteros que distinguieron a figuras admiradas como George Meany y Lane Kirkland, entre otros líderes que antaño dieron brillo al sindicalismo norteamericano, ha marcado el actual nadir de la AFL-CIO. Algo parecido ocurre en otros países, conforme los cuadros obreros disciernen la realidad de los intereses poco solidarios que mueven a algunos de sus dirigentes. Lástima. La historia del sindicalismo contiene páginas heroicas, de incontables sacrificios y de admirable fraternidad en la clase trabajadora. Eran, sin duda, otros tiempos.