Un escándalo mayúsculo se ha desatado en Pakistán y atiza fuegos en Estados Unidos y las naciones del golfo Pérsico. La crisis proviene de una vasta red de empresas de Karachi involucradas en la venta de diplomas universitarios falsos. La compañía matriz posee y opera canales de televisión en Pakistán y maneja una multitud de sitios en la red digital que presentan universidades estadounidenses de buena fachada, pero ficticias.
Miles de personas han desembolsado sumas astronómicas para adquirir títulos superiores emitidos por universidades fantasma. El trámite es expedito y, una vez aflojados los miles de dólares necesarios para la compra, los interesados reciben flamantes diplomas del grado escogido. Con el certificado en mano, los adquirentes se lanzan en busca de puestos de alta categoría, sobre todo en empresas con operaciones internacionales.
La satisfacción del cliente para apropiarse de altisonantes credenciales resulta primordial. Si el candidato demanda grados en ingeniería, con el mayor placer. Y si prefiere ensanchar su horizonte, un doctorado está disponible. No obstante, la marejada de universidades y títulos han atraído la atención del FBI e Interpol. Autoridades policiales de naciones afectadas empiezan a levantar expedientes.
La catarata de averiguaciones policiales no ha mermado el entusiasmo de quienes darían la vida, y sobre todo la billetera, para lograr entrevistas y conseguir trabajos de lujo. ¡Ah, las ambiciones no tienen límite!
Por su parte, individuos y empresas que empiezan a incursionar en los mercados foráneos miran en color rosa las perspectivas de los flamantes egresados de instituciones supuestamente de altísimo nivel. Por desgracia, no ha existido la picazón por comprobar si los MA y los PhD son verídicos.
Lo más curioso del fenómeno es que se trata de una práctica global y de vieja data. ¿Será acaso que el hombre y la mujer suelen deslumbrarse en exceso y con gran facilidad?
Allá en el 2007, Marilee Jones, decana de admisiones del MIT, confesó no poseer las credenciales académicas detalladas en su currículum. Según dijo, al cumplir 30 años de haberse incorporado al MIT, había tomado conciencia de que ni siquiera gozaba de la educación elemental. Y así, sin que nadie hubiese indagado sobre el lapso incurrido, escaló la jerarquía de la venerada institución. De esa manera, confesa de alterar sus credenciales, prosiguió su carrera de escritora, sumamente cotizada en sus giras de conferencista en universidades y foros de alto copete.
Consecuentemente, hoy existen compañías dedicadas a fortalecer credenciales mediante grados y honores inventados.