La muerte del juez de la Corte Suprema de Justicia estadounidense Antonin Scalia ha suscitado un inusual número y tono de reacciones en el foro político y en la prensa de su país. Y no es de extrañar. Sus criterios sobre el aborto, sobre los derechos de los gais e incluso la integración de las etnias a la sociedad estadounidense, han provocado polémicas agitadas y de grandes alcances. Nombrar su sustituto se perfila como una tarea gigante.
El fallecido jurista de raigambre conservadora contaba con 79 años, a todas luces “joven” en la integración del augusto tribunal que ha visto juzgadores que cargan más años. Además, Scalia era un afamado intelectual, exprofesor de leyes en Harvard y Georgetown, católico sólido, cabeza de una familia con nueve hijos, uno de los cuales se ordenó sacerdote. Fue también un amante de la ópera, del póquer y el whiskey añejo, y su desbordante simpatía y jovialidad eran proverbiales en una ciudad que sabe valorar esas dotes.
Otra faceta prominente era la de orador y polemista. Prolijo rector de discusiones complejas, sus reacciones a algunas tesis de litigantes ante sus estrados sin duda pasarán al catálogo de las agudezas que suelen esgrimir algunos profesionales en sus pronunciamientos.
Scalia era una persona abierta a las opiniones ajenas. Llegué a conocerlo mejor en una serie de debates con el rabino Adin Steinsaltz. Reconocido por sus traducciones y comentarios del Talmud, magno tratado de normas éticas y religiosas e infinidad de temas conexos, le valió a Steinsaltz el Premio Israel, la prestigiosa presea que concede el Estado de Israel.
Este augusto rabino regularmente visita Estados Unidos para atender la demanda por su sabiduría y humanismo. En 1995, en uno de los primeros encuentros, en California, Steinsaltz debatió con Scalia por varias horas. Otras ocasiones fueron en Nueva York. Cada debate era desafiante. Las reuniones privadas se repitieron y era evidente el aprecio y admiración que mutuamente los ligó.
Todavía hoy me asombra cómo dos personalidades aparentemente tan distintas se deleitaban en sus discusiones sobre temas esotéricos que se extendían mucho más allá de la esfera propiamente religiosa.
El recordado periodista Julio Rodríguez, por aquellas épocas entrevistó al rabino para La Nación en un reportaje de profundas raíces como correspondía a personalidades de tantos quilates. A la luz de este trasfondo, he querido compartir con los lectores este capítulo sobre la calidad tan especial del insigne jurista norteamericano, Antonin Scalia, cuya ausencia muchos lamentamos.