Décadas atrás, una cinta titulada Bienvenido, Mr. Marshall describió la esperanza surgida en Europa por el Plan Marshall, un megaprograma estadounidense de apoyo económico para revivir las industrias y empresas destrozadas por la Segunda Guerra Mundial. En esos tiempos, una pequeña ciudad fue notificada por el alcalde de que el mitológico Mr. Marshall pasaría a saludar como parte de su amplia gira.
El aviso de la llegada fue como una inyección de entusiasmo e ilusión que, de inmediato, puso en movimiento la reparación de vías y el embellecimiento de viviendas y oficinas públicas. Cercano el día de la visita, empezó la pugna por formar parte del comité de recibimiento, mientras un inmenso lienzo, dándole la bienvenida a Mr. Marshall, fue izado a la entrada del pueblo.
Llegado el momento, todo el público se apostó para estrechar la mano del mágico enviado de los Estados Unidos que repartiría fortunas en dólares. Pero nada pasó. Todos se arremolinaron entonces en la vía principal para admirar los automóviles y oficiales que, seguro, acompañaban a Mr. Marshall.
Pasó una hora y otras más. De pronto, en la lejanía se escuchó el ruido de autos y motocicletas. De nuevo, corazones arriba. Pero poco duró la esperanza y, desolados, los lugareños vieron cómo el auto principal se dirigió hacia otro destino. Ya no llegarían ni Mr. Marshall ni su cargamento de fortunas. De la festiva ocasión solo quedaron el sinsabor y el lienzo de la frustrada bienvenida.
Algo parecido ocurre ahora en Crimea, donde hace pocos días la mayoría rusa de la población saltó a las calles enarbolando banderas de la madre patria moscovita. Parecía que un gigantesco lienzo se desplegaba por los cielos de la península de Crimea proclamando la bienvenida al obsequio remitido por el presidente Putin: un séquito de 12.000 soldados, centenares de tanques y piezas de artillería.
Invasión armada. En cualquier idioma, aquello fue una invasión armada de Ucrania, la exrepública soviética que tomó la ruta independentista de la posguerra. Quienes hoy alaban el arribo de las legiones rusas, quizás olvidan que esas tropas también portan los cimientos de una dictadura de vocación estalinista. Ojalá que pudieran escuchar los testimonios de periodistas rusos, encarcelados por órdenes del Kremlin, sobre la desaparición de sus colegas en el gulag y los cementerios siberianos.
Abundante retórica. Lamentablemente, la respuesta de las principales potencias a esta flagrante agresión ha sido abundante en retórica, pero ayuna de sustancia. También hay muchos que todavía recuerdan la ocupación nazi y la activa complicidad ucraniana en el Holocausto judío perpetrado por Hitler y sus seguidores. Se podría argumentar que todo eso es historia vieja. Quizás. Sin embargo, la oscura historia de ese período se mantiene muy viva en las mentes de los devotos de la democracia y sus libertades primordiales.
En todo caso, la respuesta de Estados Unidos enunciada por el presidente Obama sigue el curso de la indecisión y retórica insulsa que ha caracterizado su gestión en la Casa Blanca. En la presente crisis, sus pronunciamientos evocan lo que ha dicho antes, y nada sucede.
Los aliados europeos siguen mayormente la pauta de Obama. Cada tipo de sanciones que anuncian carecen de realismo. Los europeos conocen muy bien su dependencia del gas y el petróleo rusos. También saben el inmenso mercado ruso que importa productos europeos. Por su parte, Obama tampoco olvida la colaboración rusa en los temas de Irán y Siria.
Al fin de cuentas, desde la presidencia de Dwight Eisenhower hasta la fecha, incluidas las administraciones de Richard Nixon y Ronald Reagan, la estabilidad ha sido el eje en las relaciones frente a la URSS y, ahora, Rusia.
El credo de la estabilidad no frenó la intervención soviética en Hungría en 1956, ni la conexa matanza de 30.000 personas por obra de las dos divisiones de tanques y miles de tropas despachadas por Moscú para aplastar asomos independentistas. Tampoco ahora se perfila una acción militar en Ucrania.
Putin es un agudo conocedor de la mentalidad prevaleciente en las potencias del G-8 y, especialmente, Estados Unidos. La mentira y el falso asombro son parte del arsenal de Putin de cara a ese elenco de países. De ahí que el lema de “Bienvenido, Mr. Putin”, y todo lo que eso conlleva, es lo que parece emerger del actual capítulo ucraniano.