No se ha visto en la prensa internacional mayor entusiasmo que el generado por el inminente acuerdo nuclear de las mayores potencias occidentales con Irán. Este sentimiento se agudizó el 9 del presente mes, fecha anticipada para la firma del tratado en Ginebra.
Sin embargo, el regocijo se desplomó en los albores del domingo, cuando el cónclave de los poderosos dirigentes de la política internacional anunció que no se pudo concretar el acuerdo.
De inmediato se desató la batalla de las excusas por el fracaso. En la primera ronda los dedos apuntaron a Francia, que de último momento vetó el milagro debido a problemas serios en el texto.
De seguido, Irán arremetió contra Francia por aducir detalles falsos en la carta magna de Ginebra. Aquello subió de tono y la respuesta general contra Irán fue denunciar que los enviados persas pretendieron introducir pasajes del ideario teocrático en el naciente tratado. Debemos señalar que Irán suscitó polémicas en torno al número 20 en el texto, porque el 20% es la cifra clave del enriquecimiento de uranio para avanzar en la carrera por la bomba.
John Kerry, secretario de Estado norteamericano, asumió la posición de exculpar a todos, razón por la cual todos debían retornar a la mesa de negociaciones y remodelar, como solía hacerse con la plasticina, un texto óptimo.
La respuesta a Kerry fue, no obstante, reservada debido a la categoría de quienes objetan la opción del modelo en plasticina. Por una parte, la usual alineación de los demócratas afines a la administración de Barack Obama. Por otra, el nutrido equipo republicano del Capitolio. Desde las butacas, Benjamín Netanyahu, primer ministro de Israel e inspirador de destacados sectores del Capitolio, observa e impulsa una visión de mucho mayor control del acuerdo del que pretenden los iraníes.
El presente debate ha generado, asimismo, una alianza inédita entre las monarquías del Golfo Pérsico, pertenecientes a la corriente sunita, con Israel para esta lucha contra las aspiraciones absolutistas del jefe del chiismo, el ayatolá Jamenei. Esta pugna evoca una batalla galáctica para defender las instituciones de Israel, y los sistemas monárquicos, del embate chiita, que incluye a los ultrarradicales del Hamas en Gaza, el Hezbola de Líbano y el régimen sirio.
Con este trasfondo, Kerry se ha lanzado en una carrera contra el tiempo y las peligrosas alianzas de Levante. Este proyecto no es para las masas árabes, es para los gobernantes.
En esta gesta, Kerry se podría inspirar en el pensamiento y acciones de Churchill. Lamentablemente, de lo que hemos visto, el secretario de Estado norteamericano pareciera empeñado en jugar el papel de Chamberlain.
Allá en 1938, tras reunirse con Hitler y entregarle los territorios checos, el primer ministro británico, Neville Chamberlain, proclamó repetidamente su gran logro: “Paz para nuestros tiempos”. Mientras agitaba un papel arrugado, Chamberlain solía agregar: “Llevo aquí una proclamación por la paz en el mundo, con la firma de Adolf Hitler”.
Sabemos los infaustos pasos de Chamberlain. Poco después de proclamar la paz, Hitler simplemente se adueñó de los territorios checos. Poco después, en setiembre de 1939, invadió Polonia. La conducta despótica y las acciones siempre agresivas de Hitler causaron una indignación mundial. Este desenlace de la “paz para nuestros tiempos” obligó a Chamberlain a renunciar a la jefatura de Gobierno, que le fue encomendada a Winston Churchill. Pocos meses después, falleció sumido en la tristeza.
La paradoja de Chamberlain es y será una enseñanza que ningún gobernante podría ignorar. La gesta heroica por la supervivencia de Inglaterra, Europa y el mundo entero le valió a Churchill justificados reconocimientos de prestigio y sin tacha. Porque, a la hora de las verdades, el papelito de Chamberlain, también suscrito por Hitler, fue una ofensa para la humanidad.