Los ciudadanos británicos acudirán mañana a las urnas para decidir si su país se separará de la Unión Europea. Lo que ocurra después es materia de debates, y no solo en el Viejo Continente. Hasta ahora, las encuestas se mueven como un péndulo conforme a los humores de una pequeña mayoría británica. No obstante, así de sencillo, se definirá el destino del Reino Unido y quizás de la Unión Europea.
El drama resulta extraño, pero sucede. Basta con repasar cuidadosamente la historia, madre de la sabiduría, para observar cómo las pasiones de quien o quienes representan el poder de una nación han determinado el desenlace de trascendentales acontecimientos que afectan el devenir de otros países.
Irónicamente, así ocurrió con la pugna en torno al ingreso británico al Mercado Común Europeo tras la Segunda Guerra Mundial. El general y luego jefe de Estado francés, Charles de Gaulle, fue la figura central de este monumental affaire.
De Gaulle era una figura imponente en Francia. Durante la Segunda Guerra Mundial lideró la Francia Libre, contraria al régimen nazi de Vichy. Él sabía de sobra que la derrota del nazi-fascismo dependía en altísimo grado del empeño de las grandes potencias, principalmente de Estados Unidos. El primer ministro del Reino Unido, Winston Churchill, fue clave para persuadir al presidente norteamericano Franklin Roosevelt de asumir su gigantesco papel rector en la contienda.
En las antesalas cumbreras de las mayores potencias, incluida Rusia, rondaba De Gaulle como un lobo hambriento vetado de asistir. El tácito desprecio lucía excesivo para el general, pero ahí permaneció. Asimismo, sus intentos por inmiscuirse en las deliberaciones de los principales foros militares fueron objetados por los británicos. Quizás los guerreros miraban con recelo al dirigente de lo que entonces aparentaba ser una rama menor de la oposición francesa al nazi-fascismo.
Los tiempos corrieron y las circunstancias cambiaron. De Gaulle fue elegido presidente de Francia y, en dos ocasiones, en 1963 y 1967, interpuso su célebre non a las aspiraciones británicas. En 1969, el mariscal (así ya era su título militar) perdió las elecciones y abandonó la política, mas no sus iras divinas contra el Reino Unido, aquella “pérfida Albión” que lo humilló. Poco después, De Gaulle presenció como el Reino Unido se incorporaba a la Unión Europea.
Ironías de la historia. Ahora, en el Reino Unido, ha tomado impulso el movimiento para su separación de la Comunidad Europea. Esperemos que este paso no se concrete para el bien del Reino Unido, Europa y el mundo.