El nombre de Raoul Wallenberg es venerado por judíos y cristianos, solidarios con su heroica gesta para rescatar a miles de sus hermanos víctimas del Tercer Reich de Hitler.
Wallenberg, oriundo de Suecia, provenía de una vieja familia de alcurnia y, pese a su corta edad (32 años), destacaba como arquitecto, diplomático y hombre de empresas. Conocedor de la tragedia que aguardaba a comunidades enteras de judíos así como de tantos otros prisioneros del nazismo, ofrendó su vida para salvar a estos perseguidos de la barbarie hitleriana.
Enterado de varias iniciativas norteamericanas para el mismo objetivo que él promovía, empezando en Hungría, pidió ser despachado por su Gobierno a Budapest en 1944, donde también asumió funciones consulares. Desde ese cargo, Wallenberg emitió decenas de miles de pasaportes y salvoconductos a judíos húngaros y familias de otras nacionalidades.
En enero de 1945, en las postrimerías de la guerra y mientras el Ejército Rojo se batía en fieras batallas contra tropas alemanas para asumir el control de Budapest, Wallenberg fue citado al cuartel ocupado por militares rusos para responder a preguntas en torno a las tareas que desempeñaba en Hungría. El diplomático sueco viajó a la localidad que se le indicó. Hasta aquí es lo que se conoció por décadas.
Ya en la prisión en Moscú, conocida como la Lubyanka, cuartel central de la inteligencia, a los agentes soviéticos se les hacía extraño lo que el detenido respondía por lo que concluyeron que se trataba de espionaje.
Ante las crecientes demandas de información formuladas por gobiernos occidentales, en 1957 el Kremlin emitió un informe según el cual Wallenberg fue internado en la Lubyanka y ahí murió de insuficiencia cardíaca. Esta respuesta fue considerada insuficiente por las naciones del oeste. Todavía en el año 2000, el Parlamento nombró una comisión investigadora que ratificó el dictamen de 1957. Y ahí quedó otra vez la historia.
Las dudas en torno al caso fueron esclarecidas años después, gracias a las memorias de posteriores jerarcas de la KGB, especialmente las de Ivan Serov, halladas recientemente empotradas en una pared de su residencia campestre. Serov hizo referencia al expediente del caso, donde expresamente se señaló que Stalin ordenó la ejecución de Wallenberg en 1945. Las memorias fueron publicadas hace pocos días en Rusia y han tenido inmenso éxito. Para verdades, el tiempo.